La llamaba cabra de monte

Entrevistas

Entrevista para Revista Fibra,
Periodista Roberto Merino
Santiago, julio de 2003

Se crió en pequeños pueblos de campo, perteneció a la Acción Católica y estudió en la Escuela Normal de Preceptores. Las ideas comunistas – que conoció gracias a unos alumnos del Liceo Valentín Letelier- encajaron muy bien con los sueños de una niña que se consideraba aventurera del alma y
que no hubiera rechazado una oferta para irse a vivir en la selva.

Cuesta hablar con Gladys Marín de otro asunto que no sea político.
Acostumbrada por décadas a batallar con palabras, siempre encuentra el nexo para retomar sobre la marcha los temas críticos que le son imprescindibles: el sistema binominal – que le impidió ser parlamentaria a pesar de haber sido octava mayoría -, la conspiración norteamericana para derrocar a Allende, las iniquidades del sistema neoliberal, la actitud de
la Concertación en estos años, que considera “de medias tintas”.

En estos casos su voz se vuelve enfática y sube notoriamente de volumen.
Nos juntamos con ella a la hora peak de una tarde nublada, en su oficina con vista a la congestionada avenida Vicuña Mackenna, donde ejerce como Presidenta y símbolo del Partido Comunista. En medio del ajetreo de su agenda -discursos por redactar, documentos que revisar, actos públicos a los que asistir- se dio una hora para conversar de su vida, hacer recuerdos y elucubrar reflexiones.

Curiosamente, a pesar de su imagen de mujer dura y doctrinaria, su persona irradia una acogedora calidez. Los pocos momentos en que dejó entrever una emoción íntima fue cuando recordó a su esposo, el detenido desaparecido Jorge Muñoz, que fue quien la bautizó como “cabra de monte” por su rebeldía, por su origen campesino.
-¿Dónde pasó su infancia?
“Yo fui de pueblo chico. Nací en Curepto y después estuve en pueblos todavía más pequeños. Viví en Sarmiento que era prácticamente un caserío al lado de la línea del tren, y pasé la mayor parte de mi infancia en Talagante. En Santiago viví en pensiones desde muy hica, desde los once años”.
-¿Y por qué tanto tránsito de lugar en lugar?
“Porque mi mamá era profesora y ella era la que sostenía la casa. Mi padre abandonó el
hogar y prácticamente no lo conocí; creo haber tenido dos años cuando él se fue. Era un hombre muy típico de los campos chilenos, llamémoslo así: pequeño campesino, después pequeñísimo comerciante –ambulante-, muy patiperro, de muchas mujeres, de muchos hijos. Y esa vida mi mamá no la soportó: era profesora mal que mal, tenía sueños, inquietudes intelectuales, y entonces trató de acercarse a Santiago, donde estaban sus familiares. Esa
fue la rotativa de ella.
-¿Le quedó una imagen aunque fuera borrosa de su padre?
“Es que después lo conocí, en los años sesenta, cuando ya estaba metida en la política.Justo antes de morir me avisaron, tiene que haber sido el año 67.

Me encontré con que él tenía hijos incluso menores que los míos. Pero fíjate que tengo una imagen simpática de mi padre, me gustaba esa cosa aventurera suya, las historias que me contaban de él. Nunca tuve traumas por su abandono, ni resentimiento, ni vergüenza. Y te digo esto porque una de mis hermanas, cuando íbamos a la iglesia en Talagante -porque yo era de la Acción Católica- si el cura le preguntaba “cómo se llama tu papá”, ella le contestaba “no tengo papá”. Yo, que tenía unos siete años, me moría de la risa, y le decía “sí tienes papá”. Como que mi hermanase sentíaavergonzada de que el papá no estuviera en la casa”.
-¿Y que historias te contaban de él?

“Historias de un hombre enamorado, vividor, de un hombre de amigos. Simpático, agradable, generoso: daba lo que tenía y lo que no tenía. No eran historias de tomateras, en todo caso. Claro, tomaba un poco, como cualquier hombre de campo. Te estoy hablando, eso sí, de un hombre de campo pobre. Algunos de sus amigos tenían un poco más de tierra, pero él era de
una familia de pequeñas hijuelas”.
-¿Esa imagen le queda de los relatos de su madre?
“Más que nada de los relatos de la nana”.
-¿La nana?
“Sí, una nana de las de antes. La nana que era nuestra mamá prácticamente: la que nos cuidaba, la que nos pegaba, la que nos mandaba, la que dormía con nosotros. Porque mi mamá trabajaba todo el día. Cuando vivíamos en Talagante ella se venía a Santiago a hacer clases y volvía los fines de semana. Quizás la nana estuviera enamorada de mi papá, no lo
sé, primera vez que estoy pensando en eso. Pero ella tenía mucha simpatía por don Heraclio”.
-¿Heraclio?
“Sí, yo antes pensaba que podía ser Heráclito, pero no: era Heraclio. En el campo se dan los
nombres raros”.
-¿La vida en el campo le dejó recuerdos importantes?
“Quedé marcada de por vida, yo soy una mujer de tierra. Una amiga mía, Marta Contreras, me decía que siempre pensaba que yo era la persona a quien más le dolía el exilio. Porque ella sabía que yo era tremendamente apegada a la tierra. Yo adoraba ese sueño, a pesar de lo poco que me acordaba: las carretas, por ejemplo, me imaginaba que eran carretas grandes, grandes, grandes que llegaban al cielo y yo trepada arriba de los montones de paja. Andar a caballo, ir de Curepto a un villorrio que estaba más allá y que se llamaba Las Tres Lomitas.

Me acuerdo de ir corriendo al lado de un novillo, nunca me voy a olvidar de eso, imagínate el novillo saltando y yo corriendo junto a él a pie pelado. Adoraba esas cosas que cuando vuelves ya nunca son iguales, porque tú en la ausencia te lo imaginas todo tan grande, las casas, los patios, los huertos. En resumen, si yo no tengo tierra me muero”.
-¿Dónde vivía en el tiempo de la UP?
“El último lugar donde vivimos con Jorge, mi marido, fue en la calle Cervantes, en Ñuñoa. Esa casa la elegí porque tenía una araucaria, una higuera y un parrón, lo demás me importaba un pito. La compramos con crédito a través de la caja de no sé qué. Y cuando pasó la parte más negra de este oscuro túnel del que todavía no salimos -vale decir, el exilio y la clandestinidad- ya no quise volver a mi casa. Quería cada uno de sus árboles, pero metraía demasiados recuerdos.

Por eso es que se equivocan medio a medio los tontos que creen que uno se quedó en el pasado. Yo ni siquiera quise volver a mi casa porque eso era
el ayer. No quería seguir ahí”.
-¿Le pesan los recuerdos?
“Claro. Y hay que vivir, hay que caminar. Entonces, me fui al cerro, allá arriba, a Santa Sofía. Eso era cerro-cerro, no tenía luz ni agua potable. Volví a ser la “cabra de monte”, como me decía Jorge, que creía que él me había domesticado. Y viví muy feliz por doce años. Ahora me bajé un poco, pero un poco no más, me vine al sector de Las Higueras, en La Florida,
porque a mi madre el cerro le daba mucho miedo. Ahí tengo una casita de madera, un huerto, chacra, árboles frutales”.
-Me imagino que no debe tener mucho tiempo para disfrutar ese paisaje.
“Poco, pero el poquito tiempo que tengo lo aprovecho al máximo. Yo tengo una costumbre
que adquirí en el exilio: escribo en cama. En Moscú tenía un sistema: con los libros armaba una especie de mesa en la cama y ahí escribía. Ayer estuve escribiendo un artículo para una revista uruguaya, acostada frente a mi ventana, mirando los árboles”.
-¿Y por qué se metía a la cama en Moscú?
“Por la soledad, quizás la cama era un poquito el hogar. Además que Moscú era tan helado,
y tan triste, y tan gris y tan todo”.
-¿No lo pasaba bien?
“No, no, no. Hay gente más inteligente -o de otra inteligencia – que pudo aprovechar el exilio,
hacerlo más útil. Yo no, yo sentía el llamado de la selva, que era el llamado de Chile. En las mañanas me levantaba y me ponía frente al espejo para darme cuenta de que era real. Y me impuse una disciplina rígida: todos los días salía a trabajar. Y estaba en Moscú, pero me daba una vuelta de carnero y partía para acá, para allá, un continente, otro continente”.
-¿No eran viajes de placer?
“Puedo decirlo y podrán decirlo moros y cristianos: fui una persona que durante sus años de exilio no tuvo nada personal, que sólo se dedicó a hacer vida política. Estuve dos veces con
el Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, estuve con muchos amigos solidarios, con el embajador de Cuba, con gente de todos los países del mundo, México abriéndome las puertas….”.
-Suena imponente
“Sería porque yo era antes la Secretaria General de las Juventudes Comunistas, era de la parte joven del allendismo y había sido diputada por tres períodos. Por eso quiero que conste, aquí vamos a meter una verdad: cuando se habla de responsabilidades civiles, hay que recordar que Sergio Diez, en las Naciones Unidas, el 77 o el 78, negó la existencia de detenidos desaparecidos. Yo estuve ahí, él pasó por mi lado”.
-Usted volvió a Chile en el 78, en una época bastante dura.
“Uuuuh, imagínate que estaba en pleno desarrollo la Operación Cóndor, y sin saber eso pasé por abajo. Yo era la primera persona de la dirección del partido que volvía clandestina, nadie sabía que yo venía. Y los compañeros que antes habían venido a montar una red para que yo pasara por Argentina, cayeron, son desaparecidos”.
-En el momento mismo de entrar a Chile en esas condiciones, ¿qué sentía?
“Como todo en la vida tú tienes sentimientos diversos y contrapuestos. Todo era muy precario, no sé, a las mujeres parece que nos hacen pasar las pruebas más difíciles. Porque esa vez entré con identidad española, y como era tan grande mi deseo de venir a Chile me aprendí un montón de cosas sobre España, incluso los dichos españoles. Y después – entré
tres veces clandestina – me vine de Mendoza en un bus común y corriente, con una amiga argentina de la que nunca supe el nombre. Al pasar la frontera, esta niña me preguntó qué
sentía: “Nada”, le contesté, porque era como que nunca hubiese salido de Chile, como que todo hubiera sido un paréntesis. Es que amo a mi patria como diablo”.
-¿Qué le pasaba entonces cuando la llamaban antipatriota?
“¡Acuérdate del San Benito! O sea, que hablan de patriotismo aquellos que fueron capaces de venderse por unos cuantos dineritos a una potencia extranjera. Porque éste ha sido un tiempo propicio para demostrar que el golpe de Estado estuvo preparado desde mucho antes en Estados Unidos. Las acciones como tales parten con el secuestro de Schneider, pero la
platita que llegaba para dirigir la política venía desde Estados Unidos – hegemonista ayer y hegemonista hoy – desde los años sesenta, pues”.
-¿Conoce Estados Unidos?
“Estuve un par de veces. Y ahora volví -las vueltas de la vida, como diría uno por ahí- hará cuatro años atrás, con Antonieta Saa y Alejandra Krauss a presentar un trabajo en un Foro del BID en Washington. Y en Nueva York participé en una reunión ampliada del Comité Central de los comunistas norteamericanos. ¡Qué hombres y mujeres valientes!”.

-Pero debe ser un partido muy chico.
“Más grande de lo que yo misma imaginaba. Fíjate que me impresionó el Partido Comunista norteamericano. Tiene un Comité Central de más de 140 miembros. Eran los días previos a la elección presidencial en que salió elegido Bush. Ellos estaban apoyando la candidatura a senadora de Hillary Clinton. Ya en ese tiempo tenían muy clara la película de que Bush era la extrema derecha. Y se mueven en los sindicatos y en las manifestaciones contra la guerra. Eso es importante, sobre todo cuando después de los atentados a las Torres Gemelas se ha impuesto un ambiente macartista, con recorte de libertades públicas”.
-De todos los lugares del mundo en que ha estado, ¿a cuál querría volver?
“A Sri Lanka, el antiguo Ceilán, un lugar de una belleza tan grande. Ahí hay un movimiento juvenil, democrático, grandes luchas. Me gustó la India también y, por supuesto, Bélgica. En general me gustan las ciudades pequeñas. Me quedó mucho México, que fue tan solidario
con Chile. ¿Qué más me quedó?. Primero, un sentido de la humanidad, que viene de tanto tiempo y de tantos tiempos. Me quedó el ser humano, que al revés de lo que se dice
-bueno, hay excepciones, cómo no lo vamos a saber en Chile- esencialmente tiende a buscar la felicidad, la igualdad y la solidaridad. Son los sistemas, la hegemonía valórica que te imponen lo que te hace consumista y egoísta, Ése es el ser humano que el sistema necesita, que lo tiene encasillado, que le está estudiando hasta el mínimo gusto para meterle la
mercadería”.
-¿No tiene a veces momentos de escepticismo, a la luz de que las cosas parecen cambiar en sentido inverso a lo que está diciendo?
“No es escepticismo la palabra. Te diría que más bien me han venido a veces oleadas de una cierta impotencia, de un cierto ahogo, sobre todo porque las cosas son mucho más difíciles y caminan mucho más rápido de lo que uno quisiera. Pero de verdad soy una convencida de que todo cambia en la vida, nada permanece: ni los sentimientos, ni los seres
humanos, ni las instituciones, por muchos siglos que tengan algunas, como es la propia Iglesia Católica. Eso de que nunca serán las mismas aguas de un mismo río, es una verdad: todo transcurre. De ahí que te viene la confianza de que toda esta transición de trece años termine, porque lo peor son estas medianías, estas medias tintas, esta Concertación que no
es ni lo uno ni lo otro; bueno, es neoliberal, para qué andamos con cuentos”.
-¿Ve televisión chilena?
“Hago muchos esfuerzos, la veo casi por obligación: programas políticos, de conversación, y a veces pedacitos de los otros programas para ver cuán mala es. Terminan los noticiarios, en los que te dan un noventa por ciento de deportes, y después vienen los famosos programas de la farándula, donde te reducen al ser humano, te lo hacen hacer el ridículo, porque todos
tienen que llorar, todos tienen que transformarse. Pero más allá de eso yo veo otro mundo también”.
-¿Qué mundo?
“Te pongo el ejemplo de los comerciantes ambulantes. A veces pienso que como me ven tanto en la calle creen que soy del gremio, me saludan siempre. Esa persona llega a su casa en la noche después de haber estado todo el día vendiendo chocolates, pastillas de menta o cuchuflíes -que entre paréntesis se los compro todos- y lo único que puede hacer es ver televisión, y ahí se embota. Pero está la otra parte también, la que reacciona y la que tiene conciencia. Entonces, hay una conciencia que está a la espera de que algo suceda. Yo creo que la gente anhela profundamente que suceda algo, incluso los escépticos”.
-¿Pero esa gente no estará cansada de la política y de su eterno mecanismo de promesas?

“Es que ése es el carácter que ha tomado la política en nuestros días, si todo está atravesado por la idea del mercado. Y además es una cosa muy bien concebida: el neoliberalismo no es sólo un sistema económico, sino además un sistema militar, que te eleva el militarismo a grados increíbles. ¡El presupuesto militar en América Latina ha subido en millones y millones de dólares mientras aumenta la pobreza! Y es también un sistema ideológico muy fuerte. Ahí está todo: ése es el asunto”.
-Alguien decía hace poco que los pobres de ahora tienen, al margen de las estadísticas, una
mayor calidad de vida que sus abuelos. Ya no se ve en Santiago el patipelao, lo que antes era muy frecuente. Por último tiene a la mano la ropa usada.
“Es que es lógico, por eso te digo que la idea del cambio es una ley. O si no nos hubiéramos quedado pegados en la esclavitud, en el feudalismo. No: lógicamente, el capitalismo fue un
salto en el desarrollo de la humanidad. El problema es cómo se pone ese desarrollo, que es creación del cerebro y del trabajo humanos, al servicio de todos. Todos tenemos más apetencias, nos gustaría tener más libros, más tiempo para la cultura, para la recreación, conocer más el mundo, pero también hay más limitaciones porque la desigualdad es más
grande. Semanas atrás salió una nota sobre los que más ganaban en Chile, había gerentes que te ganaban 50 millones mensuales. Qué terrible, ¿qué hacen con tanta plata?
-No sé.
“Claro, los pobres tienen para comprarse ropa usada -yo también lo hago-, pero junto con
eso no tienen para educarse, sus hijos siguen sin tener derecho de ir a la universidad, y hay gente que está esperando dos años para ser operada -te lo digo con nombre y apellido- en el
San Juan de Dios, donde voy a ver médico. Pero lógico, la sociedad tiene que avanzar: antes existían las carretas y hoy tenemos el Metro”.
-¿Sabía que fue Pablo Neruda el que firmó con los franceses el convenio que dio origen al Metro santiaguino?
“Claro, así fue, el proyecto del Metro empezó con Allende, esas son las cosas que se niegan, así es como se hace verdad de la mentira.

El gobierno de Allende fue profundamente realizador. Logramos la nacionalización del cobre, la reforma agraria, sacamos empresas que pasaron a manos del Estado, se nivelaron los sueldos y salarios”.
-¿Qué hubiera pasado si hubiera triunfado la revolución en Chile? ¿Se ha imaginado ese escenario?
“Habría sido maravilloso. La historia se tendrá que escribir, porque aquí hay una gran mentira, que la violencia empezó en la época de Allende: falso. Allende ganó en forma absolutamente legal y constitucional la elección. Bajo su gobierno no se clausuró ningún periódico, la oposición hizo lo que se le antojó. Y todo lo que nosotros teníamos que hacer
para preservar el gobierno era ir por ese camino constitucional. Por eso todos aquellos que se excedían – para que la revolución avanzara más rápido – le hacían un daño al proceso. La planificación del golpe desde el primer día buscó sobrepasar la Constitución, provocar
reacciones”.
-Pero qué hubiera pasado…
“El gobierno de Allende no hubiera instalado ni una república soviética ni una dictadura marxista. Simplemente hubiera terminado por cumplir con su programa, que no era ningún misterio. Era un programa conocido y el pueblo había votado por él. ¿Por qué es tan fuerte la figura de Allende, por qué tiene tanta proyección para el futuro, por qué tiene tanta potencia
lo que Allende representa? Porque los pobres de Chile se sentían dignos. Si incluso cuando faltaban cosas -después se vio que era desabastecimiento dirigido- surgió una consigna que decía “este será un gobierno de mierda pero es mi gobierno”.

Los pobres sentían que el gobierno era de ellos. Imagínate el descaro que tuvimos al poner ministros obreros, como Américo Zorrilla y Luis Figueroa. ¿No era ese el modelo de muchos democratacristianos cuando hablaban del socialismo comunitario?”.
-Sin embargo, todo eso parece hoy tan desvanecido.
“Nos dicen que el socialismo ya no existe y que no va a existir. Mentira: el socialismo va a llegar. Se podrá llamar de cualquier forma, pero va a llegar a la Tierra, porque es una forma de compartir las cosas como corresponde. Si no, todos los que se dicen cristianos que dejen
de llamarse cristianos. Yo no soy católica, pero el símbolo de la cruz es morir por los pobres o entregar tu vida por la gente que necesita y tratar de que los panes sean repartidos entre todos”.
-Usted fue de la Acción Católica, ¿cómo se explica eso?
“Como en el caso de muchas familias chilenas, mi mamá era católica en el fondo, aunque no se enseñaba la fe en la casa. Yo creo que fui católica por ser de pueblo chico. Qué hacías en Talagante: ibas a misa los domingos y te paseabas por la plaza para mirar a los cabros, para pololear. Era la costumbre, así ha sido la fe religiosa durante mucho tiempo en este país:
parte de la vida. Y además me gustaba ir a la parroquia. Ahí jugaba tenis con el cura y podía depositar un poco mis inquietudes sociales. Cuando estudié en Santiago, en la Escuela Normal, iba a la calle Cienfuegos donde estaba la Juventud Católica. Iba más por un sentido social, ya que no me tomó la cosa mística”.
-¿En qué momento rompió con eso?
“De forma natural, cuando me hablaron de comunismo y de que podía hacer una sociedad distinta”.
-¿Quién le habló?
“Los jóvenes del liceo Valentín Letelier, que estaba al frente de la Escuela Normal. Llevaron unos volantes que hablaban de una huelga y a mí me interesó. Y empecé a descubrir a la gente obrera con conciencia. El que me vendía el diario en la esquina, el cojo Díaz, era un gran comunista. Yo me deslumbré con los obreros ilustrados que me enseñaban. Eran los
tiempos democráticos de este país, de la sensibilidad social: los poetas, los escritores, los intelectuales, todos estaban motivados por las huelgas, por la solidaridad. Ahí me motivó empezar a tener conocimiento de la historia”.
-¿Cuáles habían sido sus lecturas hasta el momento?
“Cosas que mi mamá tenía: Mujercitas, Corazón, leía todo lo que me caía en las manos, sobre todo libros de aventuras. Yo era muy de aventuras: quería vivir en la selva, me quería embarcar, cualquier cosa; me habría ido volando con los gitanos de Talagante, que eran mis amigos. Tenía muchas inquietudes que me las canalizó muy bien el ideario del Partido
Comunista. Por eso mi identificación con él es muy fuerte. Más que un partido, somos un movimiento de ideas de humanidad, eso es lo que somos”.
-Usted está metida en una lucha muy terrenal. De noche, en la soledad del campo, ¿no le vienen sensaciones inquietantes, intuiciones de la eternidad, del más allá, ese tipo de cosas?
“En la noche sigo pensando y resolviendo los mil problemas del día, y quebrándome la cabeza por cómo construir en Chile una gran fuerza, un gran movimiento contra el neoliberalismo, la política guerrerista de Estados Unidos.

Cómo avanzar en la recuperación de la conciencia democrática, de la rebeldía ante tanta mentira y corrupción de todo tipo. Pero me funciona a full la intuición, y creo en la telepatía, porque me sucede a menudo con
numerosas personas. Ambas cosas las relaciono con acumulación de ideas, sensaciones, quimeras, que en un momento hacen clic. Lo del más allá es hermoso y cautivante.

¿Qué pasa y qué pasará en el Universo?, ¿qué hubo antes, cómo fueron los primeros seres humanos?. La historia no da cuenta de todos sus sentimientos ni cultura. Voy a la fiesta de la Virgen de Andacollo y la metafísica y lo simbólico están ahí, en cada ser movido por una fe
profunda y que no sólo tiene la posibilidad (que aún no la han privatizado) de pedir al más allá. Miro los árboles que se meten por mi ventana y creo que quizás – por haber estado tantas veces cerca de la muerte – no pienso en la muerte. Pero mis sensaciones más profundas de permanencia y trascendencia están unidas a Jorge Muñoz. Qué más eterno e
inquietante que ¿dónde está?

Entrevista para Revista Fibra,
Periodista Roberto Merino
Santiago, julio de 2003

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